El juego de los cuatro cuatros

El objetivo es muy sencillo: conseguir formar los números del 0 al 10 (¡al menos!) usando en cada operación cuatro cuatros. Ni más, ni menos.

0 = 4 + 4 – 4 – 4

1 = ( 4 + 4 ) / ( 4 + 4 )

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¡No le des opciones!

Esta historia sucedió en un colegio cualquiera, con un profesor cualquiera, con un niño cualquiera y con su papá. Pero podía haber sucedido, desde luego, en cualquier otro lugar y con cualesquiera otros protagonistas.

El niño y el papá estaban a punto de entrar en el cole, pero el niño necesitaba un poco más de tiempo, así que ambos se fueron a sentar tranquilamente en un banco para conversar. Los demás niños ya habían entrado, y la zona estaba ya vacía. Un profesor que, desde dentro, presenció la situación, se acercó para mantener una distancia que le permitiera intervenir, si lo consideraba necesario (con la mejor de las intenciones, estamos seguros).

El papá y el niño siguieron hablando y, en un momento dado, el papá le dijo al niño «¿Qué prefieres, cariño, entrar en el cole o volver para casa?» En ese momento, el profesor actuó como si le hubieran dado a un botón:

«¡No le des opciones!»

No le des opciones. Como si esa posibilidad tuviera alguna validez. Como si fuera aceptable eliminar la posibilidad de decir no. Como si impedir actuar mal (si es que se pudiera considerar así la opción de volver a casa) ayudara de algún modo a que el niño siga creciendo y evolucionando.

Por favor, que tengamos siempre las opciones disponibles y criterio para decidir bien.

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Imagine, de Asmodee

Descubrimos este juego hace ya unos cuantos meses, de la mano de Fran y familia. Y nos encantó desde el minuto 1 (¡y los Reyes nos lo han traído este año!) La dinámica es tremendamente sencilla. En cada turno, el jugador al que le toca debe representar un elemento que le toca por azar (puede ser un concepto, un refrán, un objeto, un lugar…) ofreciendo una pista a los demás (la pista está también predeterminada).

¿Y con qué lo representamos? Pues ni palabras, ni gestos ni canciones. Lo representamos con unas cartas transparentes que, individualmente no cuentan mucho, pero en conjunto, sumados a nuestra imaginación (y a la de nuestros compañeros de juego), sí pueden representar el objeto que buscamos.

Por ejemplo, imaginemos que nos toca representar la Estatua de la Libertad. Y que la pista es «monumento». Pues la representación que aparece en la caja del juego es perfectísima:

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Tengo una infección en la oreja izquierda

No, no soy yo quien la tiene. Ni soy yo quien dijo esta frase a su médico. Ni tiene mucho mérito decirla. La frase la dijo Michael Kearny. Y quizá pienses que eso, en sí mismo, tampoco lo convierte en meritorio.

Michael comenzó a hablar a la edad de cuatro meses. Y aquel dolor de oídos que lo llevó al pediatra sucedió cuando el niño tenía seis meses. Y fue ahí cuando soltó la perla.

Cuatro meses más tarde aprendió a leer. Y contando con cuatro años consiguió la máxima calificación en el programa de la John Hopkins para matemáticos precoces… sin haber estudiado específicamente para el examen.

Nacido en 1984, ha estudiado Química, Antropología, Bioquímica e Informática.

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Por muy mala que sea la semana…

Por muy mala que sea la semana, siempre llega el viernes.

Para Diana :*

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La tragedia del niño lobo español

Nuestro protagonista, Marcos, nació en un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, llamado Añora. Tras emigrar con sus padres a Madrid, su madre falleció (Marcos tenía tres años entonces). El padre se casó de nuevo, y la madrastra (no solamente pasa esto en los cuentos, por desgracia) lo maltrataba con crueldad.

La familia se desplazó poco después a un pueblo de Sierra Morena (Fuencaliente) y cuando Marcos Rodríguez Pantoja tenía siete años, su padre lo vendió a un rico hombre de la zona, que acabó ¿regalándolo? a un cabrero, para que le ayudara (y, en un futuro, para que fuera su sustituto). Sin embargo, el cabrero murió, y nuestro niño se quedó abandonado en la sierra. Ahí se hizo amigo de los lobos y aprendió a comportarse como uno de ellos.

Cuando contaba unos dieciocho años, la Guardia Civil lo encontró y capturó. Fue llevado por la fuerza a Fuencaliente y allí se encontró con su padre. Tras once años sin ver a su hijo, aquel ¿padre? le reprochó haber perdido la chaqueta.

Ni que decir tiene que la adaptación de este joven a la sociedad fue costosa y dura. Y resulta significativo que aún ahora, que vive en Rante, una aldea orensana, siga prefiriendo la vida con los animales que con las personas.

Su vida se ha estudiado y descrito en tesis doctorales, películas y documentales. Cuando lo llevaron, como parte de un documental, a una zona habitada por lobos, supo llamarlos y mostrarse sumiso con ellos, para ser parte de su manada.

Quizá tengamos que replantearnos el dicho latino de «El hombre es un lobo para el hombre».

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¿Por qué al gol directo de córner se le llama gol olímpico?

Tenemos que viajar casi un siglo hacia atrás en el tiempo, imbuirnos de ironía y buen humor argentinos, y de la rivalidad con sus vecinos uruguayos.

Uruguay, campeón olímpico en los Juegos de París 1924, disputaba un partido contra la selección argentina en Buenos Aires. En el minuto 15 de partido el argentino Onzari lo hizo: gol directo desde el córner. Y como era contra los todopoderosos campeones olímpicos, no costó mucho identificarlo como tal. Aquel gol marcado «como Onzari a los olímpicos» pasó pronto a ser conocido como «gol olímpico».

Y os dejo con el gol olímpico de moda cuando escribo este post. La pillería y habilidad de Toni Kroos al servicio del fútbol.

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Ahí te quedas

La niña venía en dirección a nosotros, con rostro y mirada llenos de pánico. Hasta que pudo localizar a su madre, que estaba alejándose del parque. ¿Qué había sucedido? Que la madre estaba haciendo eso que a veces hacemos los padres: simulando (espero que simulando) irse para conseguir, mediante el miedo de la niña a quedarse sola, lo que antes no pudo conseguir con palabras. He dicho lo de “espero que simulando” porque prefiero un padre que miente a sus hijos antes que un padre que los abandona (siendo ambas actitudes horribles).

¿De verdad somos tan cómodos (y tan incapaces) que, por no tomarnos el tiempo necesario para razonar con nuestros hijos, preferimos simular que los abandonamos?

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El cansancio de las madres

No vivimos en la mejor sociedad para criar, eso es evidente. Pero salvo que queramos extinguirnos, no queda otra opción.

Siempre que veo el enorme cansancio que solemos tener quienes criamos, pienso que algo estamos haciendo muy mal, que no es lógico que criar lleve aparejado este agotamiento. Mi sabia hermana Marimar dice que la causa es que estamos programados para criar en tribu (“se necesita una tribu para crear un niño”, reza un proverbio africano), no individualmente.

Sin embargo, el culto al dinero que profesamos provoca que las más de las veces las familias sean, en lo que a cuidados se refiere, monoparentales. Incluyo aquí como monoparentales aquellas familias en las que uno de los dos progenitores está prácticamente siempre ausente.

Y si estamos programados para criar en tribu, y si es difícil criar en pareja, os podéis imaginar la complejidad de criar individualmente. Siempre pongo como ejemplo lo siguiente: he tenido épocas de alta carga de trabajo, comenzando a las seis de la mañana y terminando a las once de la noche, durante semanas enteras (enteras) y además dedicándome a un trabajo intelectual, que no permite distracciones y exige máxima concentración. Pues bien, ese cansancio no es comparable ni de lejos al cansancio que tuve durante los meses en los que Clara trabajaba durante media jornada y yo estaba esas pocas horas cuidando en solitario a Dani.

Así que es entendible (e injustificable) que a veces haya gente que prefiera quedarse más horas en la oficina con tal de no volver a casa. Sí, no le vamos a dar un premio ni al mejor papá ni al mejor esposo del mundo, pero es entendible.

Siempre me gusta, cuando afrontamos un tema de este calado, intentar aportar alguna solución. No es fácil en este caso. Creo que el paso 1 es darnos cuenta de que la crianza debe ser nuestra principal actividad, y que el trabajo es secundario.

Mucho ánimo a las mamás (y papás) que se dedican casi en exclusiva (o sin casi) al cuidado de los hijos.

Para Marimar, Clara, mamá, y todas esas maravillosas mamás del mundo.

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En la virtud, Africano

En la joya poética que nos regaló Jorge Manrique, esas inmortales Coplas dedicadas a su padre contienen un fragmento en el que, además de belleza, nos transmite un conocimiento de las virtudes de cada uno de varios emperadores romanos. Fijaos, fijaos:

En ventura Octaviano,
Julio César en vencer
y batallar,
En la virtud, Africano,
Aníbal en el saber
y trabajar,
En la bondad un Trajano,
Tito en liberalidad
con alegría,
En su brazo, Aureliano
Marco Atilio en la verdad
que prometía.

Antonio Pío en clemencia,
Marco Aurelio en igualdad
del semblante,
Adriano en la elocuencia,
Teodosio en humanidad
y buen talante,
Aurelio Alejandro fue
en disciplina y rigor
de la guerra,
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor
de su tierra.

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