The Handmaid’s Tale [El cuento de la criada]

Descubrimos esta serie gracias a Vane. Y nos encantó. Nos plantea un futuro tan imposible como cercano. Nos plantea una sociedad en la que la natalidad ha descendido a unos niveles alarmantes y Estados Unidos, bajo un gobierno totalitario, ha decidido reclutar a las pocas mujeres fértiles que quedan (las criadas) para que sean las encargadas de tener hijos.

Las mujeres están clasificadas en clases sociales e identificadas por el color de su vestido: las criadas visten de rojo; las esposas, de azul. Las marthas, encargadas de las tareas del hogar, visten de verde. Adicionalmente existen las tías, encargadas de entrenar y gestionar a las criadas, y los Ojos, una especie de polícia infiltrada, encargada de que todo funcione según Las Normas.

Esta serie (y este libro) nos dibujan una sociedad en la que la mujer no tiene ningún valor, más allá de su función reproductora. Y aun durante ella debe estar sometida -en todo el proceso: fecundación, gestación, nacimiento, infancia- a una serie de normas, y poniendo sus vidas en grave riesgo si no las cumplen.

En definitiva, os recomendamos su lectura/visualización.

The Handmaid's Tale intertitle.png
De MGM Televisionhttps://www.hulu.com/the-handmaids-tale, Dominio público, Enlace

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Irei a Darbo

Hace cien años, el pintor pontevedrés Carlos Sobrino inmortalizó, en una de sus habituales escenas costumbristas, una romería tradicional. Para quienes conocemos o vivimos en Darbo, no es difícil identificar la escena:

Romería, Carlos Sobrino Buhígas


Aquella imagen que nos dejó Carlos Sobrino fue convirtiéndose, en la mente de Miguel Sotelo, en una escenificación en la que los personajes del cuadro cobraban vida. Y de la idea pasó a la práctica: decenas de personas se caracterizaron para representar, en pleno siglo XXI, una romería de comienzos del XX. Gracias al talento y a la creatividad de Miguel y del director de cine Borja Brun (y de muchas otras personas) nació el cortometraje «Irei a Darbo», una maravillosa ventana por la que nos podemos asomar a aquella época.

Pese a ser un cortometraje, retrata con absoluta nitidez aquella época en la que la máxima diversión consistía en moverse al ritmo de la música en las romerías de las localidades cercanas, en la que no faltaban los chismorreos ni la crítica a la iglesia, en la que el maltrato infantil estaba absolutamente normalizado, en la que la Guardia Civil -y su castellano de Galicia- era, a un tiempo, pueblo y vigilante del pueblo, en la que diferencia entre clases sociales era abismal. Todos esos puntos -y más- se cuentan en los diez minutos que dura la obra. Es un retrato estupendo de aquella España que observaba desde su neutralidad la Gran Guerra.

El título, «Irei a Darbo», tiene su origen en un bellísimo poema de Bernardino Graña, que comparto aquí con vosotros:

Treicionareivos, homes.
Escaparei aos montes co meu verso,
ó meu cornello en Darbo.
Non quererei a máquina, o Progreso,
nin diñeiro, nin avións potentes…
Preferirei os bárbaros…

Irei, irei ao monte.
Irei a Darbo.
Contemplarei o sol, a lúa,
os bosques de piñeiros e eucaliptos,
cheirarei herba enxebre,
limpiareime do contacto
con vós no mar sagrado.
(Bernardino Graña, Non vexo Vigo nin Cangas, Ardentía)

Os invito a verlo y disfrutarlo:

Y sí, desde luego que me encantaría un largometraje en la misma línea que este corto (que se hace corto).

Para Miguel (gracias por la foto, el poema y la documentación) y para toda mi familia de Darbo, a quienes tanto quiero.

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¿Por qué es así la puntuación del tenis?

Seguramente nos lo hemos preguntado todos: por qué, en lugar de puntuar 0, 1, 2, 3… se puntúa como 0, 15, 30, 40…

La explicación más aceptada nos lleva al sistema de numeración sexagesimal (el que utilizamos con los minutos, por ejemplo), que van de 0 a 60. Y se va puntuando por cuartos: 0, 15, 30, 45… Sí, aquí hay un agujero en la argumentación. Parece ser que inicialmente sí se utilizaba el 45 pero, por comodidad, se pasó al 40.

Tenis

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Neveras, Marcos y surrealismo

Ayer sonó el teléfono. Lo cojo.

– ¿Diga?
– Hola, Marcos.
– Disculpe, pero se ha equivocado.
– Jajajaja! Que te conozco la voz, Marcos, que a mí no me engañas.
– Le digo que aquí no hay ningún Marcos.
– [con tono condescendiente] Venga, Marcos. Vete a la nevera y…
– Que no, señora, que se ha confundido. Adiós.

La nevera

Esto fue lo que pasó. Ahora os invito a jugar con la imaginación y continuar la historia. ¿Os animáis? Yo sí. Aquí va la mía.

Fui a la nevera, y la abrí. Estaba vacía. Vacía, salvo por un pequeño tupper rectangular situado en la parte inferior. Como podréis suponer, lo cogí en mis manos. En la parte superior, escrito con rotulador negro, lo ponía claramente: «Marcos. Comida. 19/enero/2018». Estaba tan sorprendido que ni siquiera oí el ruido que hizo el teléfono contra el suelo al caer. Abro el tupper y…

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Impresionante

Imputados imberbes importunaban, impacientes, imposibles impedimentos implicados.

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El arte: conversaciones imaginarias con mi madre

Si sois como la mayoría de las personas (grupo en el que me encuentro para estos asuntos) seguramente tendréis serios problemas para reconocer si algo es «arte» o si nos están tomando el pelo. Sobre todo en lo que se refiere al Arte Contemporáneo y, en concreto, al arte abstracto.

177 Homenatge a Picasso, d'Antoni Tàpies.JPG
By EnfoTreball propi, CC BY-SA 3.0 es, Link

Hace ya una década, o quizá más, Gina Tost, periodista, videoblogger y emprendedora, me recomendó un libro de Juanjo Sáez, el que titula este post. El arte: conversaciones imaginarias con mi madre. Es un libro que se lee en un suspiro y que se disfruta muchísimo. Así que os lo recomiendo.

No hay que olvidar la técnica, es necesaria,
pero por sí sola no vale un PIMIENTO,
cualquier obra que se haya hecho
sin creatividad, sensibilidad, ni intuición
NO ES NADA. Es un ejercicio de
VIRTUOSISMO VACÍO.
(cita del libro)

Como bonus, os adelanto que tiene una metáfora preciosa sobre cómo nuestros mayores se nos van alejando, silenciosamente (y una llamada de atención para que le pongamos remedio).

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Todo hijo es padre de la muerte de su padre

Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.

Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso.

Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.

Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana – todo corredor ahora está lejos.

Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos.

Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz.

Todo hijo es el padre de la muerte de su padre.

Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas.

Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres.

La primera transformación ocurre en el cuarto de baño.

Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la regadera.

La barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el “destemplamiento de las aguas”.

Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestros protectores. No podemos dejarlos ningún momento.

La casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas.

Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones.

Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores, ingenieros frustrados. ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían y necesitarían de nosotros?

Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra.

FELIZ EL HIJO QUE ES EL PADRE DE SU PADRE ANTES DE SU MUERTE, Y POBRE DEL HIJO QUE APARECE SÓLO EN EL FUNERAL Y NO SE DESPIDE UN POCO CADA DÍA.

Mi amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos.

En el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento:

– Deja que te ayude .

Reunió fuerzas y tomó por primera a su padre en su regazo.

Colocó la cara de su padre contra su pecho.

Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso.

Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable.

Meciendo a su padre de un lado al otro.

Acariciando a su padre.

Calmado a su padre.

Y decía en voz baja :

– Estoy aquí, estoy aquí, papá!

Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí.

(Fabrício Carpinejar «Todo filho é pai da morte de seu pai»; traducido por Zorelly Pedroza)

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¿Qué necesitamos para pedir perdón?

Pedir perdón. Casi nada. Para que una persona consiga pedir perdón se requieren tres cualidades nada habituales: inteligencia, valentía y humildad. Inteligencia, para darnos cuenta de nuestro error. Valentía, para atreverse a contactar con la persona agraviada y reconocerlo. Humildad, para reconocernos falibles.

Estamos en una época en la que el perdón se ve sin demasiados buenos ojos, culpando -qué raro- a nuestra formación católica. Suele venir argumentada por algo del siguiente estilo: «hago cualquier cosa mal, y después pido perdón y ya está». Desde luego que esto es un error, y poco tiene que ver con el enfoque católico. ¿Recordáis aquellos cinco pasos que nos contaba el Catecismo de pequeños? Entre ellos estaba -sobre todo- el dolor de los pecados y el propósito de la enmienda: lo he hecho mal y no quiero volver a hacerlo. En la misma línea, el perdón no elimina el daño causado en muchas ocasiones, y debemos ser conscientes de ello.

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La catedral más antigua de España

La bellísima Basílica de San Martín de Mondoñedo, ubicada en un lugar llamado originalmente Mendunieto, en Foz (Lugo) se considera la sede episcopal más antigua de España. Su construcción se realizó entre los siglos IX al XII, aunque el obispado ya se había establecido antes, allá por el siglo VI. Casi nada.

De Mendunieto el nombre derivó a Mondoñedo. Y debido a las incursiones de los piratas se decidió trasladar la sede más hacia el interior, a Vallibria, que con el tiempo cambió su nombre a Mondoñedo (y es el Mondoñedo que hoy conocemos, que sigue siendo sede episcopal).

San Martiño de Mondoñedo, Foz.jpg
De YezaTrabajo propio, GFDL, Enlace

Gracias, Belén. :*

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Igual de machistas

No hay ninguna diferencia entre los que «dejáis» que vuestra novia/compañera/esposa se vista como quiera y los que no.

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