Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino:
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
Viajamos a la bellísima (toda La Rioja lo es, que no se enfaden nuestros queridos amigos de Arnedo) Rioja Alta y llegamos al Monasterio de Suso, en San Millán de la Cogolla, en donde se escribieron, hace ya más de mil años, esas glosas emilianenses, el primer recuerdo escrito que tenemos de aquella lengua que comenzaba a hablarse.
Un par de siglos después, aquella lengua, aquel román paladino que estaba dando sus primeros pasos, ya adoptaba la bella forma de los versos, gracias a la pluma y al talento de Gonzalo, un hombre que había nacido muy cerquita de San Millán, en Berceo, y que ahora era monje en ese Monasterio de Suso.
De Cenobio – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3834994
No, no era porque fueran tuertos. Como podréis suponer, pasar de la luz del sol a la oscuridad de las bodegas y camarotes de los barcos abordados requería un tiempo de acostumbramiento a los bastoncillos bastones1 (las células, no las patas de palo), tiempo que podía significar la diferencia entre éxito y fracaso, entre muerte y vida.
Así que lo que hacían era, efectivamente, llevar el ojo acostumbrado a la oscuridad. Cuando lo necesitaban, se cambiaban de ojo el parche… y a trabajar.
Como me lo contaron, os lo cuento. Nosotros lo hemos probado y, sin duda, es una explicación más que verosímil.
Pero si tenéis dudas relacionadas con los ojos, ya sabéis que lo mejor es acogerse a sagrado; es decir, preguntarle a Conchi Lillo, a quien os recomiendo muchísimo seguir en redes sociales. Le preguntaremos. 🙂
1Al parecer, eso de llamarle bastoncillos es muy años 80. Ya no se utiliza ese nombre, se prefiere el de bastones (muchísimas muchísimas gracias, Conchi). <3
El refrán nos habla de la siega (del cereal), pero podemos extenderlo a todo: junio es el mes en el que se recogen los frutos sembrados durante el año. Que sean buenos.
Esta palabra que siempre asociamos con cosas bonitas (música para mis oídos) viene de la expresión griega μουσική τέχνη (mousikētéchnē): nada más y nada menos que el arte de las musas.
Este palacio (palácio en portugués) es un edificio de estilo neoclásico del siglo XIX, obra de Carlos Amarante (1834). Junto con sus jardines, bosques y viñedos forma un conjunto único. En su interior se pueden visitar varios salones que mantienen su decoración (de los llamados estilo imperio y oriental). El palacio fue mandado construir por Luis Pereira Velho de Moscoso.
Os recomendamos que os apuntéis a la visita guiada, ya que aprovecharéis mucho mejor la visita. Cuando fuimos, las visitas guiadas eran en portugués, pero eso no fue problema para el disfrute y el aprendizaje.
En las antiguas caballerizas se ubica ahora una amplia tienda de enoturismo, utilizada también para exposiciones.
No tuvimos ocasión de disfrutar de un paseo por el bosque, pero estoy seguro de que es también una actividad que merece mucho la pena, más aún si se conocen y se pueden disfrutar las especies vegetales (poco habituales en algunos casos) que allí viven.
De Joseolgon – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=4546985
Mi muy querido abuelo, tras sus intensas jornadas de pesca o de trabajo en defensa de los derechos de los marineros, recogía en lo que acabaron siendo sus memorias los detalles, las curiosidades y las dificultades que adornaban su día a día.
Su nieto, mi también muy querido primo Luis, convirtió esos documentos en un libro imprescindible. Y lo adornó con un delicioso prólogo que nos dibuja, con un par de pinceladas, una familia y una vida enteras. Y en ese prólogo se hace referencia a una historia que mi abuelo solía contar en las largas y oscuras noches de invierno y que su nieto Luis tuvo ocasión de escuchar en muchas ocasiones: la estremecedora historia del velatorio de Manuel de Senín.
En la búsqueda del relato llegué hasta la Universidad de Trieste y, en concreto, a la doctora Sara Farenzena, que escribió una Tesis sobre Castroviejo y que, amabilísimamente, me hizo llegar el relato.
Relato que forma parte de un conjunto, bajo el nombre de El pálido visitante. Manuel de Senín es un hombre malvado y poco querido; tras un asesinato en la aldea, y viendo que todas las miradas acusatorias se dirigen a él, decide irse. Tiempo después, retorna y, al poco, fallece. Y nadie quiere ir a su velatorio (en Galicia, y en muchos otros sitios, se velaba al muerto en el propio hogar, hasta hace muy poco). La viuda, más por imagen que por amor, consigue que tres amigos de la bebida y el juego la acompañen en la noche en vela. Y la interacción con el muerto no os la desvelo, espero que sepáis disculparme.
Muchas gracias, Sara, por tu disposición y colaboración.
Este post lo dedico a Jose y a Rosana, dignos hijos de su padre Luis (qué orgulloso estaba siempre de vosotros). Un besiño.
Panteón de la familia Castroviejo, exterior de la iglesia de San Juan de Tirán, en Moaña