De las muchas agresiones que padres y entornos realizamos a nuestros menores, la que hoy traigo a este blog me parece de las más perjudiciales. El niño (o el chaval, que esta agresión no entiende de edades, sino de poderes) realiza una acción por su cuenta. Sale mal. Y, en lugar de encontrar en nosotros apoyo y comprensión, espetamos un «¿Quién te mandó hacer eso?»
Logramos el combo perfecto:
- No somos refugio ante el error: nuestro hijo ha cometido un error -o tal vez no, quizá haya salido mal por un motivo ajeno- y, en lugar de encontrar en nosotros un lugar seguro, le hacemos saber que no somos la persona adecuada a la que contarle sus errores.
- Desgastamos la autoestima: no es mi misión decidir, no tengo capacidad para ello.
- Anulamos el espíritu de iniciativa: haré lo que me pidan, cuando me lo pidan y como me lo pidan.
¿Qué tal si, cuando nuestro hijo decide algo por su cuenta, aplaudimos y elogiamos (y, en otro momento, si es necesario, corregimos)?
