Volvíamos tarde.
Una luna mesteña, soleada, preñaba las higueras.
Andábamos nocturnos, seres fatuos, pespunteados, imperfectos.
Simples almas deshuesadas.
Alegres como jóvenes caballos rebrincábamos palabras; derrochando, excéntricos.
Y un timón de nada lánguida, difuminaba nuestras sombras fundiéndolas con el alba
Nuestra luminaria, chispa escasa.
Esta mañana tuve la suerte de que mi adorada hermana dirigiera mis ojos y mi mente hacía estos versos, derrochantes de belleza.
Gracias, parrula.