El joven, ya mediada la veintena, contemplaba absorto el paisaje que se presentaba tras la ventanilla del tren, mientras desgranaba en palabras su emoción: mira, papá, los árboles pasan muy rápido; mira, papá, las nubes se mueven; mira, papá, la luna viene con nosotros.
La pareja de enfrente, entre burlona y avergonzada, acabó por indicarle al padre la conveniencia de llevar a su hijo a un buen médico, pues todos sabemos que lo que estaba haciendo no era normal.
El padre, con la sonrisa y la paz que otorgan los años y el haber acertado, y rebosando felicidad, les hizo saber a ambos miembros de la pareja que ya venían de un médico estupendo, y que aquel niño que había nacido ciego, estaba hoy estrenando el mundo con sus ojos.