Los habéis visto. Los domingos por la tarde inundan nuestros paseos con su andar lento y -aparentemente- relajado. Bromean (o lo intentan), pierden su mirada en el infinito, hablan de sus próximas (aunque lejanas) vacaciones y de sus problemas en el trabajo, del alto sueldo que merecen y del pequeño que disfrutan. Salen, como digo, en manada. Quienes tienen niños de ciertas edades juguetean con ellos, los observan mientras pedalean o patinan, disputan pequeños partidos con los pequeños, conversan mientras se suben en los columpios.
Y yo no puedo no pensar en los ratos de paseo en el patio de las cárceles. Y me pregunto si somos tan libres como nos cuentan.