Érase un hombre a una nariz pegado



Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;

era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.

Posiblemente, este soneto sea el primer poema que recordamos de don Francisco de Quevedo y Villegas: una burla hacia alguien de gran nariz, quizá su íntimo enemigo don Luis de Góngora y Argote, de quien también cito su nombre completo, por no generar celos.

Soneto, decíamos. Es decir, dos cuartetos y dos terceros formando esos catorce versos que tan bien nos enseñó Lope (hablo de don Félix Lope de Vega y Carpio), una colección de metáforas, incluyendo referencias a sus odiados judíos (iba a decir que eran otros tiempos, pero me temo que en estas cosas seguimos igual). Salom.

Esta entrada fue publicada en Poesía. Guarda el enlace permanente.