Hemos convertido en criticables, al menos en España, los términos progresista y elitista.
Ambos (sí, ambos, aunque lo de elitista no lo veamos de nuestra superioridad moral) son cumbres a lograr: progresista lo es porque necesitamos una sociedad mejor, más igualitaria, más sana, que cuida al planeta y a sus habitantes; elitista lo es porque necesitamos que los mejores lo sean cada vez más: del mismo modo que nos sentimos orgullosos de que nuestros deportistas toquen el cielo, así debe ser también con científicos, investigadores o literatos.
Ni progresía implica pérdida de valores ni elitismo implica denigrar a quienes no forman parte de la élite.